La reciente visita del presidente galo
François Hollande a tierras mexicanas reveló un esfuerzo de ambas
naciones para restablecer y mejorar las relaciones ya existentes,
para cerrar aquella vieja herida del caso Cassez. ¿Cuales
fueron las condiciones que se dieron para llegar hasta ahi?
Veamos primero los antecedentes de la
relación México-Francia a partir del año 2005 cuando se da la
detención de Florence Cassez y se le imputan los delitos de
secuestro, delincuencia organizada y posesión de armas de fuego de
uso exclusivo del ejército. Como es ya sabido, el arresto se da en
condiciones de un montaje televisivo bajo las lentes de Televisa y TV
Azteca. Una supuesta recreación del arresto original, que había
ocurrido un día antes y en otro lugar, que vergonzosamente
reconocería después el entonces director de la Agencia Federal de
Investigación Genaro García Luna en el programa Punto de Partida de
Denisse Maerker.
El montaje, junto con fallas en el
proceso, llevó a la familia Cassez a exponer el caso en los medios
de comunicación franceses, a crear un blog y a solicitar apoyo al
gobierno. No obstante, el ¨affaire¨ había pasado casi
desapercibido en el país galo, tanto como los cerca de 2200
ciudadanos franceses presos en el extranjero (según el diario Le
Monde, 24 de enero 2013)
de los que nunca se dice nada, aún cuando siete de ellos están
condenados a muerte. Cuando se le dictó condena a 96 años de
prisión en abril de 2008 el caso se mediatizó y cobró importancia.
En un primer tiempo se intentó su
transferencia a Francia para cumplir su condena, pero, al existir la posibilidad de que le redujeran la pena, la decisión mexicana fue de
no aceptar su traslado. En este momento se encontraba Nicolas Sarkozy
en la presidencia. Un tipo dominante, ambicioso e inestable, según
califica el experto en psicología política Pascal de Sutter. Por el
otro bando, Felipe Calderón, a quien durante sus primeros meses de
mandato la opinión pública calificaba de ¨sin huevos¨ -aunque
después le salió el lado autoritario y quiso demostrar que sí
tenía y muchos desde que se puso el uniforme militar- provocó un
choque de egos. Una diferencia causada por demostrar quién tenía
más razón y más fuerza, que fue llevada torpemente al terreno de
la diplomacia por ambos mandatarios, afectando las relaciones
bilaterales.
Calderón y Sarkozy encontraron una
justificación para mantenerse inamovibles.
En ese entonces el clima social que se
vivía en México era de miedo al secuestro, era el delito en boga y
el caso Cassez se trataba de un asunto de justicia a favor de las
familias de las víctimas secuestradas, que bien podrían ser los
familiares de cualquiera de nosotros. ¿Cómo no habría de apoyar
Calderón la opinión pública? Si, además, ya para el año 2011 su
popularidad había caído en picada a causa de los miles de
asesinatos del crimen organizado y necesitaba levantarla de alguna
manera. Tenía que mostrar entonces que no se dejaría presionar ante
nadie, estaba en juego su imagen de hombre duro. Accidentalmente,
defender la soberanía nacional contra el “extraño enemigo” se
convirtió en su justificación en el nombre de la justica. Del lado
de la Francia se veía en Florence a una víctima de un sistema
judicial corrupto, comparable al de una república bananera. Era
entonces obligación de Sarkozy abrazar su causa y defenderla. Ya se
habían visto las caras, ahora se mostraban los músculos.
Cambios en la banca de ambos equipos.
Llegado octubre de 2012 los nuevos
presidentes, el socialista François Hollande y el priísta Peña
Nieto, se reunían en el Palacio del Elíseo en París para discutir
el relanzamiento de la relación México-Francia. El presidente
mexicano declaraba oficialmente que respetaría la decisión del
Poder Judicial y que deseaba que ello no marcara las relaciones...
tres meses después ella estaba libre y era recibida, literalmente,
con alfombra roja después de aterrizar en primera clase por Air
France en el aeropuerto de Roissy. Ahí agradeció en
repetidas ocasiones, durante una rueda de prensa, a Sarkozy y a
Hollande por su ayuda. Habló también de Peña Nieto, dijo que las
cosas estaban comenzando a cambiar. No mencionó jamás el nombre de
Felipe Calderón.
Los dos mandatarios franceses fueron los héroes de esta película. Peña no lo fue: el pueblo francés no se creyó que su liberación fue decisión autónoma de la Suprema Corte. Si tan sólo se le hubiera liberado un año después, en lugar de tres meses, el proceso judicial habría sido creíble. Sin embargo la pronta resolución dio a entender que en México la justicia no existe, que depende de la intervención de un presidente que, cual emperador romano, decide si alguien merece ser condenado o no. ¿Y Calderón? Él acabó siendo visto como el villano, el representante autoritario de un partido que no sabe nada de diplomacia. Astuta jugada a favor del PRI para descalificar a los gobiernos blanquiazules en el terreno internacional con miras al futuro.
Dejando de lado las maniobras políticas, cierto es que habrá de sacarse algún beneficio tras la reciente visita de Hollande. La nación europea necesita salir de la crisis y ampliar su mercado en México puede ser una buena oportunidad de potenciar su economía. Del lado mexicano, es también una oportunidad para hacer negocios con otro país que no sea Estados Unidos. Es necesario comenzar a dejar de ser tan dependientes de los vecinos del norte. Pero esta nueva unión con Francia tendría que quedar en condiciones de igualdad para no terminar siendo como otro TLC, en el que las empresas americanas se instalaron a sus anchas en nuestro país para hacer sus negocios y no así a la inversa. De ser así, sólo estaría cambiando de manos una rebanada de nuestro pastel. Ambas partes deben beneficiarse y ganar-ganar.
Por cierto, para muchos franceses hoy
en día sigue sin estar claro si Florence Cassez era culpable o
inocente. Eso quizá nunca se sabrá.